La Dama del Alba

-¿Quién está ahí? ¡Sal de la penumbra, que te vea!
-Tranquilízate, Margarita. No es necesario gritar. Soy yo.
-¿De verdad... eres tú?
-Sí.
-Te había imaginado distinta.
-Es lógico. Son demasiados siglos sobre mis espaldas. Demasiadas culturas, cada una interpretándome a su modo. Algunos, ridículos, como el fantoche negro con la guadaña; otros, excesivamente respetuosos.
Séneca me definió como la suprema serenidad, la amigable consejera. Se acercó bastante. Era un hombre notable. Tú misma me representaste en forma de Peregrina cuando estrenaste La dama del alba, de Casona, en el Teatro Avenida, de Buenos Aires. Era el año 44. ¿Lo recuerdas?
-Perfectamente. Fue un gran éxito. Aquellos eran buenos tiempos.
-Para vosotros es una obsesión que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Todos pensáis lo mismo pero no sabéis aprovecharlo mientras estáis viviendo.
-Tienes razón.
-De todas formas tengo que agradecerte tu dignidad al encararme. No siempre sucede así. Mejor dicho, casi nunca.
-Como dicen en mi tierra: "fem el que podem".
-Ah sí, tu tierra. ¿Cuánto tiempo llevas ausente de ella?
-Más de treinta años. El otro día lo comentaba con Vidarte, uno de mis alumnos: ¡Qué sabios eran los griegos! A sus enemigos no los mataban, no los torturaban, no los encarcelaban. Simplemente los desterraban. Es el cástigo más cruel.
-Es cierto. Muchos me han seguido, enfermos de melancolía.
-¿Qué hora es?
-La tuya, Margarita. Para el resto del mundo es el mediodía.
-¡Pero no es posible! ¡Es demasiado pronto! Tengo todavía muchas cosas que hacer. Consolidar la escuela de interpretación que he fundado; los exámenes ya están encima. Mis alumnos me necesitan. ¡La ciudad de Montevideo confia en mí!
-Siempre es demasiado pronto, pero desde el principio de los tiempos tengo un minuto destinado a cada uno de vosotros. Además, tú eres una privilegiada. De alguna manera has podido elegir. Cuando los médicos te comunicaron la gravedad de tu mal, os dieron a escoger a ti y a tu marido: podíais retiraros a vuestra casa de Punta Ballena y esperar dulcemente mi llegada o arriesgarlo todo en una delicada operación. Los dos no lo dudasteis: escogisteis el riesgo. Siempre has sido valiente. Por eso te encuentras ahora en esta fría habitación de hospital en lugar de estar en tu casa. Te operaron anoche y esta mañana debo venir a buscarte.
-¡No puede ser! ¡Estoy llena de proyectos! ¡De ilusión de vivir! Tengo ochenta y un años y muchas cosas por hacer todavía.
-No, Margarita, esos años que dices, son los que ya no tienes.

"La Dama del Alba", Alejandro Casona